Steven Forti, historiador: «La extrema derecha utiliza el miedo, el odio y la violencia, porque dan más visibilidad»

Steven Forti, historiador: «La extrema derecha utiliza el miedo, el odio y la violencia, porque dan más visibilidad»
Foto: Fabrizio Fenucci
Steven Forti, profesor de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona, autor de Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla y editor de Mitos y cuentos de la extrema derecha. Actualmente, es coordinador local del proyecto europeo ARENAS de análisis del impacto de las narrativas extremistas en Europa.

¿Qué es la «extrema derecha 2.0» que da título a uno de sus libros?

Desde hace años intentamos saber qué son los nuevos, o no tan nuevos, fenómenos como el lepenismo, el trumpismo, el bolsonarismo, lo que significan Milei, Meloni o Vox… La academia utiliza términos como neo o posfascismo, nacional populismo, derecha radical, populismo de derecha, extrema derecha… Quería situar ideológicamente estas formaciones dentro del espectro político e ideológico, evitando su blanqueamiento. Con «2.0» remarco sus elementos nuevos: no estamos en la Europa de entreguerras. El papel de las nuevas tecnologías ha sido y es clave para difundir y viralizar sus ideas, hasta normalizarlas. Prefiero declinar esa definición en plural, extremas derechas 2.0, porque tienen peculiaridades, pero es más lo que comparten que lo que les diferencia. Y, sobre todo, pertenecen a redes transnacionales donde desarrollan una agenda común, y hasta prácticas políticas y legislativas.

¿En qué se parecen al fascismo del siglo XX y en qué se diferencian?

Lo que Emilio Gentile llamó fascismo histórico no fue solo ultranacionalismo, autoritarismo, antisemitismo y xenofobia, sino una ideología que nació en Italia en 1919 y se expandió por Europa en los años 20 y 30 hasta convertirse en un movimiento político que, en algunos casos, llegó al poder, con la voluntad y capacidad de encuadrar a la población en grandes organizaciones de masas, de crear regímenes totalitarios de partidos únicos, presentándose como una revolución para cortar con el pasado y construir nuevas sociedades y nuevos hombres y mujeres. Además, eran partidos milicia, con fuerzas paramilitares que aceptaban el uso la violencia como una herramienta política legítima, con proyectos expansionistas y militaristas, de conquista de otros territorios para crear, por ejemplo «el espacio vital alemán».

Hitler y Mussolini no llegaron al poder a través de golpes de estado, sino como partidos más votados, si bien, utilizando la violencia contra sus opositores políticos, incluido asesinatos. Ahora llegan al poder a través de las elecciones, aunque no podemos olvidar que ha habido casos de utilización de la violencia, o intentos: el asalto al Capitolio, los sucesos de Plan Alto en Brasil en 2023, y de alguna manera, el «noviembre nacional», como lo ha llamado alguna parte de las extremas derechas en España frente a la sede del PSOE en la calle Ferraz. De momento, no es lo mismo que hace un siglo.

¿Cuál es el objetivo de los partidos de extrema derecha?

Conseguir la hegemonía cultural y la hegemonía política. Primero, necesitan normalizar sus ideas, lo que en sociología se llama mover la ventana de Overton, lo que es aceptable decir en una sociedad en un determinado periodo de tiempo. Su interés es ultraderechizar el debate público y político. Esto lo han conseguido de alguna manera. No solo en la opinión pública, sino también en partidos de la derecha tradicional que han comprado una parte o todos los discursos y propuestas de la extrema derecha y se alían con ella. Ya no creen que hay que dejarla fuera de un cordón sanitario.

Con la incorporación de población
de origen extranjero y la conquista
de derechos, jamás otorgados sino fruto
de luchas, parte de la población siente
que están amenazados sus privilegios

En segundo lugar, conquistar la hegemonía política e instaurar un modelo iliberal. Mírese a Hungría que no es una democracia plena, pero tampoco un régimen totalitario en sí. Es un régimen híbrido de «autocracia electoral», Orbán utiliza el oxímoron de «democracia iliberal», con partidos de oposición, pero sin los mismos derechos, ni el espacio mediático del partido en el gobierno. El 95% de los medios están en manos del gobierno o de oligarcas vinculados a él, no hay separación de poderes y sí un notable recorte de derechos. Pero se celebran elecciones, supuestamente libres, pero no justas. Toda esta gente ha viajado a Hungría, para aprender de Orbán.

¿Qué factores han contribuido al surgimiento de esta ola reaccionaria de extrema derecha?

Por un lado, nos encontramos con el aumento de las desigualdades económicas, se ha roto el ascensor social, se ha precarizado el trabajo, se ha debilitado el Estado del bienestar y se ha achicado la clase media. Todo ello consecuencia de la hegemonía neoliberal a partir de los 80 del siglo XX, lo que ha generado mucha frustración.

Por otro, tenemos lo que se llama «reacción cultural». Ante los cambios sociodemográficos y culturales, con la incorporación de población de origen extranjero y la conquista de derechos, jamás otorgados sino fruto de luchas, parte de la población siente que están amenazados sus privilegios.

Y, por último, está la crisis de la democracia liberal, debido a la desconfianza, el desalineamiento y el deshilachamiento. En casi ningún país occidental más del 30% de la población confía en las principales instituciones democráticas. El desalineamiento se refiere a la menor participación política en las consultas electorales y la volatilidad del voto que cada vez es menos ideológico y más de protesta. El deshilachamiento tiene mucho que ver con el individualismo neoliberal, con sociedades atomizadas que se enfrentan a grandes transformaciones.

¿Cómo se han aprovechado las extremas derechas para convertirse en formaciones atractivas ante los electores?

Existe la sensación en buena parte de la población de incertidumbre, miedo, inclusive pánico. Es comprensible, en una época de cambios muy profundos. ¿Qué será de nosotros? ¿Qué será de la institución familiar que hemos conocido? ¿Qué será de los trabajos tradicionales? ¿Qué pasará en el mundo con dos guerras importantes y las tensiones entre grandes potencias?

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La extrema derecha ha entendido todo esto y lo explota. Sabe que la polarización muy marcada le es útil. En una sociedad muy crispada es más difícil el arte del compromiso, llegar a entenderse, algo que al fin y al cabo es la calve de bóveda del sistema.

¿Cómo es posible que las propuestas a menudo falaces y las soluciones mágicas de estas formaciones parezcan deseables para una parte de la población?

Primero, hace ver que entienden las preocupaciones y los miedos de parte de la población y luego, por ejemplo, ante el miedo a las personas extranjeras, cerraremos las fronteras, les echaremos. Por supuesto que esta solución es injusta éticamente, pero es que no tiene ningún sentido práctico. Algunas personas compran esto y ven una respuesta a sus preocupaciones.

Frente a este panorama, ¿qué responsabilidad cabe achacar a la izquierda y cuáles han sido sus propuestas?

Aquí se han dado dos fenómenos paralelos. Por un lado, el derrumbe de la guerra fría, con el fin de la Unión Soviética y del socialismo real, conllevó una profunda crisis, o directamente una implosión, de la mayoría de los partidos comunistas del mundo occidental. Las izquierdas poscomunistas tras 1991 han tenido enormes dificultades para adaptarse. Por otro lado, la socialdemocracia a partir de los 80 y sobre todo de los 90 del siglo pasado compró una parte de la agenda neoliberal y se movió hacia lo que entonces se llamaba «el centro». Se olvidaba que gran parte de su electorado era de clase trabajadora.

Luego hay otra cuestión de fondo. La izquierda, concepto de difícil definición, tenía su centro de gravedad en la fábrica, en la clase trabajadora de una sociedad fordista industrial. A partir de los años 80 se pasó a un modelo posfordista, con el auge de los servicios y la revolución tecnológica. Ha cambiado la base de su fuerza electoral. Trató de salir del atolladero con propuestas que han sido fuegos fatuos que han durado muy poco y con soluciones que luego han revelado elementos negativos.

¿Por qué muchas formaciones de extrema derecha están utilizando la religión para sus fines electorales?

Obviamente, no es lo mismo el mundo católico que el ortodoxo, ni las Iglesias evangélicas, ni el judaísmo. Pero cuando se habla de restaurar una arcadia feliz, ese pasado idealizado, ese «hacer América, o España, grande otra vez», no debemos olvidar que las tradiciones para estas extremas derechas tienen que ver con «la patria, la familia y Dios». Marine Le Pen no ha intentado utilizar la religión, como sí han hecho Bolsonaro en Brasil, Salvini en Italia o Abascal, a su manera, en España. Saben que, en una sociedad deshilachada, la religión puede servir para crear esa sensación de comunidad. Pero su mirada es táctica. En Brasil, las Iglesias evangélicas tienen sus pequeños imperios, sus radios, sus televisiones, sus feligreses. Son caladeros de votos.

¿Qué lecciones podemos aprender de la historia a la hora de prevenir el autoritarismo y el «iliberalismo» en medio de una época de crisis múltiples?

No podemos caer en el error de pensar que las extremas derechas se han implantado solo por la manipulación de la red, la genialidad de algún asesor propagandístico o la financiación rusa. Sería caer en las pseudo teorías conspirativas, en una imposición externa. Todo eso está ahí y ha influido, pero el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen llegó a la segunda vuelta de las presidenciales en 2002, cuando no había Cambridge Analítica, ni financiación de Putin. Hay que entender las causas de este fenómeno y ver qué ha facilitado su auge.

Si hay quien cree que da lo mismo vivir
en una democracia que en un régimen autoritario,
porque hay alguien que toma decisiones rápidas
que impone por la fuerza,
iremos muy mal

La respuesta, que no es fácil, tiene que ser multinivel y poliédrica. Hay que actuar a muchos niveles, institucional, partidos políticos, movimientos sociales, el día a día… y hay que abordar diferentes ámbitos, la política, la economía, la educación…

Hay dos grandes ámbitos a cuidar. El primero son los medios de comunicación, incluidos los nuevos. Necesitamos fortalecer la ética periodística, muchos medios de comunicación se han transformado en altavoces de las ideas de la extrema derecha, mientras que las redes sociales, un tema clave al que ya vamos tarde, deben democratizarse. Unas pocas grandes multinacionales hacen lo que quieren a su antojo, sin ningún tipo de transparencia, con total opacidad, sin control público. No sabemos cómo funcionan los algoritmos que hacen que circulen más unas noticas que otras y determinen lo que la gente ve. La extrema derecha utiliza el miedo, el odio y la violencia, porque dan más visibilidad al crear más reacciones…

Por otro lado, nuestras sociedades están cada vez más individualizadas, se han roto las redes comunitarias, la gente vive sola, no conoce a sus vecinos. A veces, se ha compensado desde el asociacionismo, incluso del mundo católico. Tenemos que reconstruir las redes de comunidad, hablar con quién piensa distinto…

Si hay quien cree que da lo mismo vivir en una democracia que en un régimen autoritario, porque hay alguien que toma decisiones rápidas que impone por la fuerza, iremos muy mal. La democracia se defiende cada día y desde todos los lados, no podemos dejar que sean las instituciones las que nos saquen las castañas del fuego. Hay que picar piedra y construir democracias mejores.

 

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