Crispación política y social

Crispación política y social
ILUSTRACIÓN | Javiñetas
Hace unas semanas, Olegario Ramón, presidente del Consejo Comarcal del Bierzo y exalcalde de Ponferrada, era agredido por uno de los manifestantes que desde hace cinco meses protagonizan protestas frente a la sede socialista de esta localidad.

Este hecho nos muestra la polarización y el grado de crispación social y política que estamos viviendo en nuestro país. Ya, desgraciadamente, a nadie nos extrañan los insultos y la falta de diálogo en nuestro Parlamento. Pero esta polarización no es solo cosa nuestra, recorre todo el planeta. Los conflictos bélicos que estamos viviendo son la muestra más dramática.

Y es que la realidad es conflictiva. «El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad» (Evangelii gaudium, EG, 226). Este es precisamente el reto: ¿cómo, en una sociedad plural y democrática, podemos afrontar las diferencias para construir un proyecto común de convivencia y fraternidad?

«Ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes, proyectan en las instituciones las propias confusiones e insatisfacciones y así la unidad se vuelve imposible. Pero hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. “¡Felices los que trabajan por la paz!” (Mt 5, 9)» (EG 227).

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Aceptar el conflicto, sufrirlo, resolverlo e intentar transformarlo necesita de la mejor política. «Para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común. En cambio, desgraciadamente, la política hoy con frecuencia suele asumir formas que dificultan la marcha hacia un mundo distinto» (Fratelli tutti, FT, 154).

Nos encontramos un problema que tenemos que resolver. Solo podremos afrontar el conflicto desde la verdad de los hechos, siendo honestos con la realidad y esto es así porque la realidad es más importante que la idea (FT 231-233). «Las verdades fácticas (…) tienen su contrario en la mentira o en la no veracidad. Lo decisivo en relación con ellas no es el error, aunque también lo pueda haber; lo contrario de una verdad fáctica es no decir conscientemente la verdad o mentir» (Verdad y política, Hannah Arendt).

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