Industria cárnica:
mirar hacia otro lado

Industria cárnica: mirar hacia otro lado

Hace unas semanas el titular de un periódico digital decía: «El coronavirus saca a la luz las miserias de la industria cárnica alemana». En una sola planta de una de las empresas líderes del sector en Alemania se habían producido 151 contagios por COVID-19. Lo mismo ocurrió en otras empresas, con hasta 600 contagiados. Trabajadores y trabajadoras contagiados en sus puestos de trabajo por las pésimas condiciones laborales en que se encuentran. Ahora el Gobierno alemán dice que hay que cambiar la situación laboral del sector. Pero durante muchos años ha mirado hacia otro lado.

Situaciones parecidas se han producido en otros países. La Unión Internacional de Trabajadores de la Alimentación (UITA) las ha constatado en Australia, Canadá, Brasil, España, Estados Unidos, Francia, Irlanda… En Estados Unidos, pese a la orden ejecutiva de Trump para que las plantas de carne permanecieran abiertas, 47 han tenido que cerrar por la rápida propagación de los contagios entre los trabajadores. En muchos casos los contagios están vinculados a plantas con trabajadores amontonados, sin distancia alguna de seguridad, en cadenas de producción que funcionan a alta velocidad, en condiciones laborales penosas y peligrosas.

Como es lógico, no todas las empresas del sector son iguales. Pero en mataderos y plantas de procesado de carnes abundan las condiciones de trabajo penosas y peligrosas. Se violan con frecuencia los derechos laborales. Y eso ocurre en países ricos en los que, teóricamente, se respetan los derechos laborales. Es uno de los no pocos agujeros negros que en esos países ricos tiene el mundo del trabajo. Como ocurre también en algunos sectores agrícolas, donde hay prácticas mafiosas con jornaleros y jornaleras, en las empleadas de hogar, etc. Y, con demasiada frecuencia, se mira hacia otro lado, como si no ocurriera o fuera normal o inevitable.

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En el caso de Alemania es un sector potente de su economía, con una gran facturación. Hace muchos años que sindicatos, iglesias y otras organizaciones sociales denuncian la situación. Los sindicatos hablan de «un sistema enfermo» y de «esclavitud laboral». Sin embargo, en la última década, las inspecciones de trabajo en el sector se han reducido a la mitad.

Muchas empresas obtienen grandes beneficios ofreciendo la carne barata que pide el mercado a costa, entre otras cosas, de los trabajadores y trabajadoras. Abundan los salarios muy bajos, en ocasiones por debajo del salario mínimo, muchos trabajadores no pueden pedir la baja por enfermedad, las jornadas son muy largas y en condiciones muy duras, las condiciones de seguridad y salubridad muy malas, los trabajadores migrantes, que son muchos, tienen alojamientos miserables…

Hay como dos mundos laborales paralelos marcados por la muy extendida práctica de la subcontratación. Por un lado, el de los trabajadores alemanes que, por lo general, tienen mejores condiciones de trabajo y una situación contractual normalizada y con derechos. Por otro, el de los trabajadores migrantes de Europa de Este (rumanos, búlgaros, polacos…) con una gran precariedad y pésimas condiciones de trabajo.

Es una enorme indignidad. Como dijo Francisco en la homilía con motivo del pasado 1º de Mayo: «La dignidad del trabajo, tan pisoteada (…) Aún hoy hay tantos esclavos, tantos hombres y mujeres que no son libres de trabajar: se ven obligados a trabajar para sobrevivir, nada más (…) Son trabajos forzados, injustos, mal pagados que llevan al hombre a vivir con la dignidad pisoteada. Hay muchos, muchos en el mundo (…) Es nuestra indignidad, porque quita la dignidad al hombre, a la mujer, a todos nosotros».

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