La siniestralidad laboral o el arte de volver la espalda a la tragedia

La siniestralidad laboral o el arte de volver la espalda a la tragedia

Todos los años, cuando agoniza el verano, la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) se concentra por las muertes ocurridas en accidente laboral en este tiempo de estío. Este año, a causa del confinamiento, el período abarca desde marzo. Desde ese tiempo han ocurrido en nuestra provincia o protagonizados por personas de nuestra provincia, tres accidentes con resultado de muerte:

• El 25 de marzo falleció el médico de 63 años Manuel Barragán como consecuencia del contagio de la COVID-19 (que, seguramente, ni siquiera constará como siniestro laboral).

• El 24 de agosto murió Daniel González Rivas, un joven de 30 años vecino de Puente Genil, cuando trabajaba en la perforación de un pozo agrícola en el municipio sevillano de Pedrera. Al parecer, el siniestro se pudo deber a una bolsa de gas o de aire contaminado.

• El 9 de septiembre perdía la vida un trabajador de 45 años en la localidad de Cabra, según las primeras informaciones, al “caer del tejado de una nave industrial”. Sin embargo, otras fuentes apuntan ahora a un atrapamiento por una máquina.

La realidad, tozuda realidad, es que cuando se produce una tragedia y no se aprende de ella y no se toman las medidas adecuadas, la tragedia se repite. En España, el año pasado se repitió 695 veces y en Andalucía 121. Por eso, a los fallecidos en el trabajo se les llama “los muertos olvidados”. Generan pocos titulares, no interesan, son muertos “de segunda”.

¿Por qué? La respuesta la podemos encontrar en el sistema económico que impera en nuestra sociedad marcado por unos valores extremadamente materialistas, en donde el objetivo prioritario y fundamental lo representa el dinero, la rentabilidad económica, el beneficio a costa de lo que sea, incluso de la vida de las y los trabajadores.

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Constatamos como aumenta la inversión en nuevas tecnologías para elevar la producción, mientras que la estabilidad en el empleo, el salario y la formación en prevención de riesgos laborales se entienden como costes insoportables que hay que reducir para incrementar el beneficio.

La siniestralidad laboral es el termómetro del sistema productivo. Si la siniestralidad sube, desciende el trabajo decente. Hemos de invertir los valores. Lo primero y fundamental es la persona, no el dinero. Si volvemos la espalda a la siniestralidad, le estamos volviendo la espalda a más de 600 mil familias que sufrieron con un miembro de baja, debido a un accidente laboral. La alta siniestralidad laboral continúa siendo el gran problema sin resolver en el mundo laboral.

Por nuestra parte, seguimos insistiendo en la necesidad de una actuación conjunta y coordinada de las Administraciones Públicas, Inspección de Trabajo, centrales sindicales y organizaciones empresariales con el objetivo de erradicar la alta siniestralidad laboral mediante mejores condiciones de trabajo que lleven consigo una mayor seguridad y salud laboral.

Como cristianos insertos en el mundo obrero, subrayamos las palabras del papa Francisco, “…una vez más dirijo un apremiante llamamiento para que no prevalezca la lógica del provecho, sino la de la solidaridad y la justicia. ¡En el centro de toda cuestión, también la laboral, haya que colocar siempre a la persona y su dignidad! ¡Con el trabajo no se juega! (Roma, 3 de septiembre de 2014).

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