Sabor y olor

Sabor y olor
Foto | Santiago Sito (Flickr)
Reconozco que siempre me ha parecido asombroso cómo solo dos palabras unidas por una simple conjunción contienen toda la esencia y el núcleo de las reivindicaciones de las mujeres trabajadoras: «pan y rosas».

La simple mención al pan y a las rosas provoca en nuestro cerebro una identificación automática con saciar el cuerpo y el alma.

Reivindicar que queremos el pan, pero también las rosas representan dos valores fundamentales del movimiento obrero: la lucha por unas condiciones laborales dignas y la de otra cultura que haga posible una vida digna.

Así lo entendieron aquellas obreras de la industria textil de Lawrence (EEUU) cuando decidieron, en 1912, comenzar una huelga que duraría dos meses y que tan bien haría al futuro de la mujer en el mundo del trabajo. Pero hasta llegar a ello recorrieron un duro camino, no solo por la represión empresarial, policial y política, sino también por la incomprensión y falta de apoyo de los sindicatos, todos ellos formados por hombres blancos.

Todo comenzó con la aprobación de la reducción de la jornada laboral de 56 a 54 horas para mujeres y menores de edad, hecho que aceptaron los empresarios, pero reduciendo el salario de las trabajadoras. Cuando estas comprobaron que su paga semanal había descendido, bajaron los brazos y pararon la producción. Las primeras en hacerlo fueron las polacas, a las que siguieron otros talleres donde trabajaban más mujeres inmigrantes. El sector textil era eminentemente femenino y el más precario.

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