Tierra Minada

Tierra Minada

Esto es lo que diré cuando la gente me pregunté por qué voy errante: Soy Keita Ndongo, nací en Guinea, tengo 20 años, soy fuerte y me gusta  trabajar. Pero no fui dueño ni de un pedazo de tierra.

En mi país cogí fruta del bosque: plátanos, papayas, aguacates… El bosque nos regala todo, a los pobres. Para venderla, llegué hasta la frontera. La gente que pasa a Camerún quiere fruta para el camino. Les pregunté si allí encontraría trabajo. Trabajo duro, contestaron. ¿Qué es duro? Ah, eso no; yo no quiero ir a la guerra, ni piratear con las armas, ni hacerme terrorista. Yo soy fang y tampoco quiero matar a gente  bubi ni de otras razas. Es la verdad. Solo esto, diré.

Se tumba pensativo. Balbucea: me iré lejos, lejos de África, a donde pueda. Lejos de este infecto Golfo de Guinea. Se duerme. Al levantar la vista, Keita solo ve la tierra infinita. Duda, va solo y tiene mucho miedo. Piensa: Se adentrará en Nigeria. Teme secuestros. No; no, los terroristas de B.H. están muy lejos, en el norte, le informan.

Hará de pastor en ese país, el más rico de África. Reunirá algo de dinero, partirá hacia Benín. Su capital es el centro del vudú y del turismo exótico.  Trabaja para un comerciante rico que le exige favores íntimos. Huye. Quiere dirigirse al Norte. A Marruecos, allí también hay mucho turismo. A él le gusta vender. Tiene un mapa. Se informa de las rutas. Ha de atravesar el Sahel  y en Mali hay guerra. ¡Y la sed! No va a sobrevivir. Inerte, llega hasta una zona de pastores nómadas, reposta agua a cambio de unas monedas. Lo orientan: Si vas hacia Mali, el peligro son las minas; las ponen por los franceses; busca las rutas desérticas menos transitadas. De nuevo teme por la sed. Camina bajo el sol de plomo. A los lejos, un  rugido de automóvil, después un grupo humano, él sueña el agua; están más cerca, puede ver las caras tapadas. Será por el viento arenoso, cree. Están mucho más cerca. Se imagina lo más horrible, tiembla por todo el cuerpo. Disparan al aire. Lo quieren vivo. Lo retienen, lo examinan, consultan fotografías. No es él, se han equivocado. Lo apalizan y lo abandonan sediento. En tierras de Mali logra esquivar las minas y no se detiene. Pese a todo, quiere alcanzar la costa.

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El mundo de Keita se concretó en el sur de Europa, todavía sin muros ni alambradas. Al despertar cada mañana extiende su pañuelo en las plazas públicas para una nueva jornada de oportunidades. Ignora si algún día, ese hombre trabajador hijo del desierto minado y del navegar temerario, será arrojado del paraíso a la jungla, donde rige la ley de los fuertes. Entonces, la ciudad que transita con sus objetos al hombro le parecerá un campo minado.

 

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