Codo a codo, somos mucho más que dos

Codo a codo, somos mucho más que dos
Imagen I Roman Kraft (unsplash)

Esta magistral formulación de Mario Benedetti corresponde a la «ley de multiplicación por ajuntamiento», muy funcional para el género humano. Exclusivamente. En el mundo de las manzanas, pongamos por caso, 2+2 son invariablemente 4, pero si se trata de personas, no. Aquí es una multiplicación. ¿Por cuánto se multiplica? ¡Ufff! Es muy difícil saberlo, casi imposible porque hay muchas variables. Lo que sí se sabe es que, en la calle codo a codo, dos somos mucho, muchísimo más que dos.

Ejemplos no faltan. Por tomar algunos que tienen que ver con los temas de los que suelo ocuparme en Noticias Obreras, en España tenemos uno de gran trascendencia: el movimiento ecologista. Ahora es bien conocida Ecologistas en Acción, una confederación de grupos comprometidos con el ecologismo social que conforman una tupida red en todo el territorio. No siempre fue así. Hace unas cuantas décadas, como recordarán quienes hayan tenido alguna relación con el movimiento, había un sinfín de colectivos, algunos auténticos grupúsculos, con objetivos muy específicos. También existían organizaciones de ámbitos y perspectivas más amplias, pero la atomización era notable, con la consiguiente limitación para generar respuestas significativas. Tras un tiempo de gestación en el que iba creciendo el interés por unirse, en 1998 nace Ecologistas en Acción como confederación de 300 grupos de todo el Estado. Ello ha supuesto que los grupos, sin perder la autonomía, hayan visto potenciada su capacidad de actuación y de proyección pública.

En 1973, un grupo de mujeres de una aldea del estado indio de Uttar Pradesh se abrazó a los árboles para evitar que fueran talados. Tras varios días persistiendo en su acción, la empresa que amenazaba su bosque desistió de su bárbaro propósito. Nació así el movimiento Chipko, cuyo nombre corresponde a la palabra que en hindi significa «abrazar», aludiendo a la acción que le dio nacimiento. Realmente, lo que hacían era atarse a sus troncos. Cada activista (la mayoría mujeres) elegía un árbol y se ataba a él, intentando resistir hasta el agotamiento.

En ocasiones, el primer paso lo da una persona sola que ve una situación que exige respuesta. Persistiendo, si el problema merece la pena, la mancha de aceite de las complicidades crece. Eso fue lo que suscitó la keniana Wangari Maathai que en 1977, ante la creciente desertización que amenazaba la región, se dijo: «No podemos esperar sentadas a ver cómo se mueren de hambre nuestros hijos» y se puso manos a la obra, impulsando el Green Belt Movement (movimiento del cinturón verde). Con el tiempo, su trabajo ha sido reconocido con premios como el Nobel de la Paz (2004) y el Global 500 (1991), el Nobel alternativo, pero la lista de dificultades y persecuciones es más larga que la de los premios. En la década de los 80, se extendió por otras zonas de África, contribuyendo a fundar la Red Pan-Africana del Cinturón Verde. Desde su nacimiento, el Green Belt Movement ha plantado más de 50 millones de árboles y su acción se extiende a otros ámbitos como agua, cambio climático y género.

Más reciente, y más conocido, es el caso de Greta Thunberg, una adolescente sueca que cuando tenía 8 años oyó hablar del cambio climático por primera vez. Le preocupó hasta obsesionarse porque no podía entender por qué se hacía tan poco ante un problema tan grave. El 20 de agosto de 2018 decidió no asistir a la escuela y protestar cada viernes sentándose en las escalas del Parlamento con el cartel «Skolstrejk för klimatet» (huelga escolar por el clima). Su perseverancia llamó la atención internacional y movilizó a personas –especialmente jóvenes– de todo el mundo. En diciembre de 2018, más de veinte mil estudiantes se manifestaron en más de 270 ciudades de todo el mundo. Así nació Fridays for Future.

También puedes leer —  Los bonos del barrio del Lucero

Otro tanto ocurre con quienes promueven una economía que pone en el centro las personas, sus derechos y necesidades, en la antípoda de la dominante, la capitalista, la que convierte todo, incluidas las personas, en mercancía. En fin, la economía social y solidaria. ¿Qué pueden hacer estos David ante el muy crecido Goliat? Unirse, articularse, juntarse. «#ESS momento de hacer piña» proclama el hastag (etiqueta) de uno de sus más recientes eventos, Idearia 2022, el encuentro bienal de la Economía Social y Solidaria que celebró el pasado junio su XV edición. En Cataluña, la FESC (Fira d’Economia Solidària de Catalunya), cada año, durante un fin de semana (el último de octubre), reúne centenares de entidades y proyectos, con un centenar de actividades y un espacio de encuentro del movimiento. Son solo dos ejemplos de los muchos eventos del mismo tipo que se celebran dentro y fuera de nuestras fronteras.

La historia del movimiento obrero está llena de evidencias del sentido y los beneficios de juntarse. A fin de cuentas, el «capital» del proletariado es la prole, el propio cuerpo y la fuerza del colectivo. Por poner ejemplos de los márgenes del sindicalismo clásico, las Kellys y Sindillar/Sindihogar han sido y son muestras claras. Los cuidados, en el capitalismo, corresponden a la cara oculta de la luna: están invisibilizados, privatizados, feminizados, racializados. No son trabajo. Por ello, «las mujeres hemos tenido que crear nuestro propio espacio de organización sindical», explica Sindillar/Sindihogar.

No siempre se gana. Los resultados son agridulces, pero, para los «nadies», para quienes soportan el peso de la historia, resistir es vencer. Y juntarse «las manos [que] trabajan por la justicia», acuerparse –¡bella palabra!–, la mejor salida.

No faltan expresiones artísticas: libros, películas, canciones que se convierten en himnos…

En verso
Te quiero. Mario Benedetti (musicado y cantado por Alberto Favero y Nacha Guevara).
Vamos juntos. Mario Benedetti (cantado por Luís Pastor).
Canto a la libertad. José Antonio Labordeta.

En prosa
El ferrocarril subterráneo. Colson Whitehead (2016). También existe como serie de tv.
Manual de desobediencia civil. Mark y Paul Engler (2019).

En el escenario
Lisístrata. Aristófanes (siglo V a.C.).

En el cine
La estrategia del caracol. Sergio Cabrera (1993).
Pan y Rosas. Ken Loach (2000).
El olivo. Iciar Bollaín (2016).
La mujer de la montaña. Benedikt Erlingsson (2018).

En pintura
«Il quarto stato». Giuseppe Pellizza da Volpedo (1898-1901).

 

 

¿Necesitas ayuda? ¿Algo que aportar?