Acompañando en el paro y la precariedad

Acompañando en el paro y la precariedad
«La realidad que vivimos nos sorprende y nos provoca, más aún, nos golpea y nos invita a pararnos, reflexionar, para después actuar. Es en esa realidad humana donde escuchamos la llamada de Dios y desde la que hemos de vivir el Evangelio como fuerza transformadora del corazón humano y de la sociedad».1

Cada día, en cada momento, somos puestos frente al espejo de la realidad, de nuestra realidad. Ese espejo refleja la realidad que cada uno de nosotros queremos o podemos ver, depende de la luz que dé en él esa realidad la veremos de una u otra manera. Si la luz que irradia en él es poca o ninguna, nuestro reflejo será oscuro y apenas podremos ver nada; por otro lado, si la luz es mucha nos deslumbrará y tampoco podremos ver nada. Sin la luz adecuada no podremos ver en ese reflejo a las personas en paro o situación de precariedad; en nuestro espejo esas personas serán apagadas por la oscuridad del miedo a perder el empleo, apagadas por la oscuridad del miedo a perder nuestra posición «favorable», apagadas por la oscuridad de «él se lo habrá buscado», apagadas por la oscuridad del individualismo reinante en la sociedad actual. El paro y el precariado, también, será deslumbrado por la potente luz de la «fiebre del oro», deslumbrados por el brillo de las monedas y el dinero, deslumbrados por la codicia y el egoísmo de querer tener más por encima de cualquier cosa. ¿Qué luz da en tu espejo?

Evidentemente, ya sabes, que si en tu espejo la luz que da es la del Evangelio, la del estilo de vida de Jesús, el paro y la precariedad se verán con total nitidez, y no solo eso, verás con nitidez a las personas que están pasando por esa situación y sentirás la necesidad de transformar esa realidad desde el corazón y el amor a los demás. Pero, ¿cómo verán su reflejo las personas que tienen esa realidad sufriente de paro y precariedad? El papa Francisco lo describe muy bien en Evangelii gaudium en su apartado 52 en adelante cuando habla de la economía de la exclusión, la nueva idolatría del dinero y de un dinero que gobierna en lugar de servir. De esta manera las personas en paro y precariedad se encuentran excluidas, se sienten fuera de merecedoras de algo, han perdido su dignidad y la depresión y la desgana se apodera de su día a día dejándolas sin capacidad de sentir que son, como todas las personas, «un regalo de Dios»2.

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