María Luisa Berzosa: «Si hay verdadera escucha, el modelo vertical de Iglesia cambiará»

María Luisa Berzosa: «Si hay verdadera escucha, el modelo vertical de Iglesia cambiará»
Religiosa de la Congregación de las Hijas de Jesús. Pastoralista y educadora, ha sido y será facilitadora de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión», que se realiza en el Vaticano del 4 al 29 de octubre de 2023.

Después de su presencia en el sínodo sobre la Amazonía, ¿qué significa para usted volver a participar en un sínodo? 

Una gran emoción no exenta de responsabilidad. Pero también estoy expectante porque creo que este sínodo es muy diverso del anterior y del otro en que también participé, “La fe, los jóvenes y el discernimiento vocacional”, en 2018.

De todas maneras, considero un regalo esta experiencia que está llegando; estoy abierta para recibir sin duda mucho más de lo que pueda dar y deseosa de poner lo mejor de mí en esta causa eclesial que vale la pena.

¿Cuál es su tarea en este sínodo sobre la sinodalidad? ¿Cómo ha sido su preparación para su tarea en este sínodo?

Cuando se me invitó a participar ya se me dijo que mi tarea era la de ser facilitadora de los pequeños grupos en que trabajaremos, cada una en su propia lengua. Mi preparación personal ha comenzado en cuanto me dieron la noticia; tenía pensado hacer mis ejercicios espirituales como cada año y la última semana de julio estuve en Loyola, ese fue el punto de partida para prepararme: oración y silencio. Entiendo que es un proceso espiritual y así lo estoy viviendo, tiempos de oración diaria que me sitúan en este momento histórico de nuestra Iglesia, pero siempre poniendo la mirada en Jesús y su evangelio como programa de vida. Creo que desde ahí podré dar mi mejor contribución.

También estamos teniendo reuniones previas para la organización y desarrollo de la Asamblea sinodal y eso es también una gran ayuda para prepararnos.

Acaba de publicarse el libro Caminar juntas y juntos. Soñar la Iglesia, vivir la misión. Un libro coral en el que escribe el capítulo “Sentir con la Iglesia sinodal. Iglesia y democracia”, ¿Podría explicar cómo ve esta relación?

Hay algunos puntos en común, aunque la Iglesia en cuanto tal no sea una democracia, entendida en su significado político. En este sínodo uno de los ejes es la participación de todas las personas que lo deseen, todas han podido y pueden, aportar su palabra, sus sugerencias, su propuesta de cambio y mejora para una Iglesia Pueblo de Dios, como la definió el Concilio Vaticano II.

Otro punto en común podría ser la corresponsabilidad, y tanto esta como la participación tienen que ver con la pertenencia. En tanto en cuanto me siento parte de un país, de una sociedad, de una comunidad, de una familia, de la Iglesia, en esa misma medida me pongo en juego con mis posibilidades, es decir, me siento miembro activo.

Pero la toma de decisiones no es por votación sino buscando un consenso en discernimiento –búsqueda conjunta de decisiones–, el cual debe contar con todas las personas implicadas en los procesos, por eso la urgente necesidad de una escucha activa, inclusiva, no puede faltar ninguna voz y así se puede llegar a la decisión final que refleja el proceso participativo.

Señala que la participación en este sínodo ha sido universal y que incluso se ha invitado a participar a grupos que a veces se consideran en los márgenes de la Iglesia, como los sacerdotes secularizados, los encarcelados y otros. ¿Cómo ha influido esta participación en el proceso sinodal, y qué impacto cree que tendrá en la Iglesia en el futuro?

Esta invitación universal ha sido muy bien acogida y la participación de estos grupos ha sido muy numerosa y muy profunda. Han reflexionado, han orado, han discernido y han enviado trabajos verdaderamente muy bien hechos. Y han sido muy recogidos en las diversas síntesis que se han ido elaborando hasta llegar al documento de trabajo que ahora tenemos publicado.

Creo que no podemos seguir teniendo grupos en los márgenes, todos deben estar en el centro,  por tanto espero que en la Iglesia del futuro esto sea una integración real  desde la acogida inclusiva,  no solo desde la jerarquía sino desde cada persona en nuestro propio contexto.

Una Iglesia sinodal es una Iglesia que escucha y ejerce una acogida cercana, próxima. Existe el riesgo del formulismo y el intelectualismo, como indica el papa Francisco, es verdad, pero si hay verdadera escucha y participación real, el modelo de Iglesia vertical se irá cambiando hacia la circularidad. Desde ahí también la Iglesia se relacionará con la sociedad de una manera dialogal, no en paralelo ni en oposición, porque lo primero será escuchar los clamores de nuestro mundo y ver qué respuesta debe dar.  Y la presencia del laicado tendrá mayor protagonismo y responsabilidad misionera.

La Iglesia necesita estar bien metida
en las realidades del mundo, pero
con mirada compasiva,
animando a la vida

Creo que el gran cambio en la concepción de la Iglesia se dio con la Constitución Lumen Gentium del Vaticano II. De una Iglesia piramidal a una circular. En un primer momento esto tuvo gran fuerza en la Iglesia y en consecuencia en la sociedad; con el paso del tiempo creo que se fue diluyendo su fuerza y volvimos, en muchos casos, a esa verticalidad que creíamos superada

Precisamente este sínodo pretende recuperar esa concepción eclesial de participación y comunión sin olvidar la misión. Y ahí volvemos a la raíz común del bautismo y de la presencia del laicado,  también dejado de lado en muchos casos. Son ellos una gran mayoría en la Iglesia y no pueden estar fuera de la misión y por tanto dar su aporte a la hora de las decisiones.

Apunta que la sinodalidad es un camino que debe ser continuo y que involucra a las Iglesias locales y al pueblo de Dios. ¿Cómo debería implementarse este proceso sinodal en toda la estructura eclesial, desde las conferencias episcopales a los arciprestazgos, desde las comunidades más estables a los grupos más informales?

Hay que comenzar por los círculos más pequeños: grupos de vida y fe, comunidades, grupos que oran, se preparan para recibir sacramentos, cursos de teología, escuelas de padres… en todos ellos se puede dar la escucha, el discernimiento, la búsqueda conjunta, el crear procesos… a veces es desde abajo, como en este sínodo, y no desde arriba. Personalmente creo mucho en estas posibilidades desde los pequeños grupos, donde sintamos que la Iglesia, la parroquia, la familia diocesana… son mi familia y, por tanto, tiene que ver con la pertenencia que dije antes.

Y desde el párroco o el consejo pastoral o la figura que sea, pueda contar con las personas y no hacer las cosas solo. Hoy el liderazgo en una Iglesia sinodal, es corporativo, no unipersonal.

Para ser fermento en el mundo, y anunciar la Buena Noticia, la Iglesia necesita estar bien metida en las realidades del mismo, no alejada, sino muy cerca, pero con mirada compasiva, de misericordia, animando a la vida y no condenando. Siendo alivio para tantas heridas y sufrimientos, como hay en nuestro mundo. La Iglesia no puede dejar de mirar a Jesús para contagiar sus gestos, sus actitudes, su modo de acoger, de dejarse invitar por las personas pecadoras, de dar siempre una nueva oportunidad.

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Necesitamos, como Iglesia, mirar, escuchar, acoger, perdonar, amar… en todos los círculos de nuestra vida. Los gestos que proceden de aquí se entienden, tocan el corazón y el mensaje cala hondo.

Escribe sobre la importancia de la mística en la vida de las personas cristianas y en la comunidad. ¿Cómo podemos cultivar esta dimensión para estar más conectados con nuestros ambientes y con nuestro compromiso y reconociendo la presencia de Dios en ambos?

Me gusta decir que hoy necesitamos ser místicos y profetas. Vivir enraizados en nuestro mundo pero también y al mismo tiempo conectados con Dios o para quienes no se consideran creyentes, con su propia espiritualidad, llámese sentido de la vida, pasión que moviliza, fuente de vida… Esto se cultiva en el silencio, en la oración, en el encuentro compartido de la comunidad, en la interioridad, encontrándonos con el yo más profundo, con esa agua que mana de nuestro propio pozo y en un mundo digital que no puede ser optativo. Debemos estar presentes en él, pero nos jugamos mucho en el cómo estamos ahí. Desde la profecía denunciamos la injusticia, la mentira, la opresión, pero también anunciamos esperanza,  compromiso, creyendo contra las evidencias,  que otro mundo es posible.

Hace hincapié en la inclusión de todos los grupos y personas en la Iglesia, también de aquellos que a menudo se han sentido marginados. ¿Cómo podemos trabajar juntos para promover una Iglesia más inclusiva y acogedora?

A nivel personal necesitamos conversión para quitar de nuestro corazón y de nuestra mente, prejuicios, etiquetas y barreras que nos separan porque no consideramos que todas somos personas.  Y desde ahí en nuestros grupos y comunidades, parroquias, diócesis, preguntarnos por qué excluimos, por qué no creemos que en la Iglesia cabemos todos, por qué no tenemos una única mesa para el banquete de la eucaristía, por qué mi propia visión es la norma impuesta para los demás, por qué no admito otros puntos de vista, etc. Nos hacemos poseedores de la verdad sin conceder que todos podemos tener una parte de la misma. Y finalmente, fijarnos en cómo actúa Jesús en el evangelio y tratar de hacer algo semejante; ser Iglesia y ser excluyente, es incompatible. Tener una actitud de acogida inclusiva, que se compadece, es una Iglesia al estilo de Jesús y es su deseo para la misma. De esto no podemos dudar.  Y a esa luz debemos hacer que cada persona, cada grupo, reciba la acogida que merece.

¿Qué obstáculos considera que existen para realizar este camino sinodal? ¿Cómo podemos superarlos y fomentar una cultura sinodal en la Iglesia? ¿Y cómo alimentar esas semillas de sinodalidad que están surgiendo?

Un obstáculo no pequeño está siendo la actitud de ataque al papa Francisco, haciendo una labor en contra del sínodo actual; hay resistencias pasivas por parte de algunos obispos y sacerdotes y posturas claramente opuestas. No debemos asustarnos por las tensiones y conflictos, son parte de la convivencia humana, y elemento que aparece ante los cambios, pero no podemos dejarnos llevar por ellos y responder con igual medida de agresión o ataque. Al contrario, necesitamos mantener la convicción de que la sinodalidad ha venido para quedarse y hemos de alimentar todo lo que va naciendo. Hay brotes nuevos pero quizá no tenemos los ojos limpios para verlos, existen, y en algunos contextos con mucha fuerza, creamos en la semilla que crece sin que nos demos cuenta o a veces a pesar de nosotros. Y abramos la puerta, ensanchemos el espacio de la propia tienda para dar aliento y fuerza en el caminar, a las comunidades eclesiales, a todos los grupos que existen o van surgiendo en este momento de la historia eclesial, donde participar con un fuerte compromiso; es un desafío apasionante.

Creo que no podemos vivir en solitario todo este proceso. Sí, he hablado de la conversión personal y lo sostengo, es lo primero, pero mantener la esperanza, el compromiso, la entrega presente y para el futuro, solamente se puede hacer desde la comunidad, pequeños grupos que comparten su vida desde la fe, que oran juntos, que se siguen formando, que desean colaborar de modo activo en la vida eclesial a través de diversos organismos, es desde ahí donde se puede alimentar la vivencia de la esperanza contra toda esperanza.

Y mantener los sueños, los deseos, los proyectos, es un modo de contagiar esperanza. Si no tenemos sueños se corta la vida. Mi sueño postsinodal es múltiple:

Que la sinodalidad sea un modo de ser y estar en la Iglesia, desde la circularidad de la misma, donde todos somos miembros diferentes pero todos unidos en el mismo Señor y si lo vamos viviendo esto se contagia y nos sostenemos mutuamente en las dificultades para no detener el camino.

Que no dejemos pasar este kairós que ha llegado como una brisa suave,  una oportunidad única y no podemos dejar que se pierda.

Que nos despojemos de títulos, ropajes, signos ininteligibles, modos ostentosos que están lejos del evangelio y también nos separan de la gente; poder llamarnos por nuestro nombre y tratarnos como hermanos y hermanas.

Que sepamos reconocer nuestros pecados,  de abuso de todo tipo, y otros, pidamos perdón y podamos reconciliarnos para vivir la comunión hacia dentro y hacia fuera de la Iglesia.

Que la puerta abierta del aula sinodal a laicos, mujeres, personas no obispos, se mantenga para recoger su voz y voto como miembros del Pueblo de Dios: todos, pastores y fieles, pertenecemos a dicho Pueblo con carismas diferentes.

Que la Iglesia sea puente y camino para llevarnos a Jesús, no meta.

Mi sueño quiere ser compromiso en radicalidad; quiero luchar desde dentro, no quiero irme de la Iglesia –a pesar de que me duelen en lo profundo algunas cosas– es mi familia, la de Jesús, a quien me apasiona seguir porque me sigue invitando desde la libertad y el amor. No dejando espacios vacíos como mujer consagrada, desde mi propia congregación Hijas de Jesús, con una pertenencia fuertemente cordial, a quien no puedo menos de agradecer su apoyo incondicional en todo momento.

Muchas gracias por esta invitación a reflexionar y compartir mis pensamientos y deseos.

 

 

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