Cancelación de la deuda

Cancelación de la deuda

El prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y arzobispo de Manila (Filipinas), cardenal Tagle, ha planteado la necesidad de un Jubileo extraordinario, con motivo de la pandemia de la COVID-19, para cancelar la deuda de los países pobres: «Ahora nos damos cuenta –dice el cardenal– de que no tenemos suficientes mascarillas, mientras que abundan las balas. No tenemos suficientes respiradores, pero tenemos millones para gastar en un avión que puede atacar a las personas». Señala que la falta de recursos es la tumba de los pueblos de los países pobres. La cancelación de las deudas facilitaría la posibilidad de hacer frente a los problemas más urgentes provocados por la pandemia, en lugar de tener que pagar intereses exorbitantes por esa deuda; además, habría que destinar lo que ahora se invierte en gasto militar hacia la educación, la salud, los alimentos… Eso, dice el cardenal, es lo que garantizaría una verdadera seguridad.

El endeudamiento, fruto de una opción política, se ha extendido por el mundo como fuente de negocio para unos pocos, limitando la capacidad de los gobiernos de atender las necesidades sociales. En los países más pobres es una catástrofe, como lo es para todos los empobrecidos. El papa Francisco, que insiste en la necesidad de resolver el grave problema de la deuda, lo recordaba recientemente, en un encuentro sobre «Nuevas formas de solidaridad», organizado por la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales en febrero pasado, señalando que el replanteamiento de la deuda está entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU (Objetivo 17. 4): «Las personas empobrecidas en países muy endeudados soportan…, recortes en los servicios sociales, a medida que sus gobiernos pagan deudas contraídas».

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En ese encuentro Francisco, retomando la expresión de san Juan Pablo II sobre las estructuras de pecado (que Francisco llama también estructuras de injusticia), destacaba tres que asolan nuestro mundo. Por una parte, la evasión fiscal y el impago de impuestos por los más ricos: «Cada año cientos de miles de millones de dólares, que deberían pagarse en impuestos para financiar la atención médica y la educación, se acumulan en cuentas de paraísos fiscales, impidiendo así la posibilidad de desarrollo digno y sostenido». Por otra, la industria de la guerra, «que es dinero y tiempo al servicio de la división y de la muerte». Y la deuda.

Sobre esta última recordaba el planteamiento de Juan Pablo II, que hoy es más que nunca una radical «exigencia moral»: «No es lícito exigir o pretender su pago cuando este vendría a imponer de hecho opciones políticas que llevarían al hambre y a la desesperación a poblaciones enteras. No se puede pretender que las deudas sean pagadas con sacrificios insoportables. En estos casos es necesario encontrar modalidades de reducción, dilación o extinción de la deuda, compatibles con el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso» (Centesimus annus, 35).

Si de estas cosas no habla ya casi nadie es porque el salvaje capitalismo en el que vivimos, que ha sacralizado la propiedad privada y excluyente de la riqueza, ha normalizado lo que es radicalmente inmoral.

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