Se les abrieron los ojos y lo reconocieron

Se les abrieron los ojos y lo reconocieron
No tuvo que ser fácil para aquellos hombres y mujeres reconocer a Jesús resucitado. Le habían seguido pero manteniendo las distancias, porque no acababan de creer que aquella vida que él vivía y proponía, merecía la pena seguirla. Esperaban otra cosa de él, un liderazgo más fuerte, una intervención del cielo imponiendo el reino de Dios frente a sus enemigos. Pero Jesús no estaba por esa labor.

En Galilea se movía con libertad y la gente del pueblo le escuchaba con gusto. Pero se empeñó en subir a Jerusalén para celebrar la Pascua con el riesgo evidente de enfrentarse con los sacerdotes y escribas y, aunque los primeros días la gente entusiasmada le aclamaba como mesías, luego, la autoridades del templo se confabularon con el gobernador romano y le apresaron, le torturaron, y lo crucificaron como si fuera un malhechor. Algunos de sus discípulos se escondieron para no ser acusados y otros se volvieron a sus casas porque con su muerte quedaron enterradas las esperanzas que había suscitado. Además, no tenían donde agarrarse para explicar aquella condena porque los que la provocaron fueron los del sanedrín que eran representantes de Dios y guardianes de su santa ley.

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