La amistad con la naturaleza y con los demás

La amistad con la naturaleza y con los demás
Foto I Francisco Javier Ortiz, Javisub
Atravesamos tiempos inciertos, algo a lo que no estamos acostumbradas las sociedades occidentales. Las relativas seguridades de hace unos años desaparecen ante nuestros ojos adormilados. Nos hemos acostumbrado a la palabra «crisis». Tanto, que tratamos de pasar sobre ella de puntillas, en un intento de que nada cambie en nuestro día a día.

Así, seguimos igual, aunque nos digan que hay una crisis climática y otra energética y otra de biodiversidad, que la guerra ha vuelto a Europa, que no llueve, que el precio de los alimentos sube y que la pobreza sigue haciendo estragos, en países lejanos, pero también en el barrio.

Las sociedades ricas se han consagrado al consumo y crecimiento sin límites, lo que provoca la degradación del medio ambiente y la condena a la pobreza a millones de personas, especialmente en el continente africano. Y solo existe una fórmula que garantice satisfacer la demanda de productos a gran escala y la entelequia del crecimiento infinito que propugna Occidente: esquilmar los recursos del planeta, aunque el precio sea la destrucción de la naturaleza.

Muchos países son víctimas de este modo de vida. Sus recursos naturales son arrasados para satisfacer la demanda de materias primas. En el proceso, su patrimonio, biodiversidad, ecosistemas, suelos…, son devastados. Para colmo, la riqueza que generan no revierte en ellos, agudizando la inestabilidad social y la pobreza. Además, los procesos industriales que transforman esas materias primas en productos de rápido consumo también contribuyen a desequilibrar el clima y los procesos ecosistémicos que sustentan la vida, impactando con más fuerza en esos países pobres, pero, paradójicamente, ricos en recursos.

Ante esta situación, la Iglesia no permanece indiferente, todo lo contrario. Se mueve. Así en 2015, el papa Francisco, con la encíclica Laudato si’ se hacía eco de una corriente de pensamiento que llevaba años bullendo en el seno de la Iglesia, el cuidado de la casa común.

En sus líneas, hay un mensaje fundamental que nos debe tocar y posicionar en la misión encomendada: «No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza».

Es nuestra tarea aplicarla. Para eso, podemos adoptar una línea de pensamiento y acción que va ganando terreno, el «decrecimiento económico». Nadie debe asustarse ante este concepto. Decrecer implica poner las necesidades del hombre y la naturaleza en el centro, desplazando la tiranía del capital y el beneficio, apostando por una economía de los cuidados, del bien común, de las personas… El resultado será plenitud de lo esencial para la vida, alimento, agua, tiempo para compartir, una naturaleza robusta, ciudades y pueblos amigables.

Debemos dejar que el mensaje del evangelio se haga realidad mediante nuestras obras. Dice el Papa en Laudato si’: «Un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social. Es lo que ocurre cuando los movimientos de consumidores logran que dejen de adquirirse ciertos productos y así se vuelven efectivos para modificar el comportamiento de las empresas».

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Esta misión implica nadar contra corriente en una sociedad que prioriza formar consumidores compulsivos antes que ciudadanos con conciencia, implicados y responsables. Pero el camino nos lo marca el evangelio, especialmente textos como el Sermón de la montaña. Comparte, dale a quien te pida, bienaventurados los pobres…, mensajes claros y directos a cada uno de nosotros. Por ese motivo, debemos ser actores valientes y comprometidos en sanar al planeta.

Son tantas cosas las que podemos hacer. Algunas ideas:

  • Compra menos ropa, pero de calidad, aunque sea más cara. No tengas miedo a repetir modelo, somos personas sencillas. Huye de las prendas de usar y tirar.
  • Acude a las tiendas de tu barrio. Ve al carnicero, frutero, pescadero… de toda la vida. Habla con ellos, interésate de dónde vienen sus productos, prioriza el consumo de cercanía.
  • Reduce el consumo de carnes rojas e incrementa el de frutas y verduras.
  • Camina cuando tu destino esté a menos de 3-4 kilómetros, tu corazón te lo agradecerá. También tienes metro, tren y autobús.
  • Reduce el coche todo lo que puedas y, cuando lo uses, llénalo de gente.
  • Intenta reparar los aparatos que se estropeen antes de comprarlos nuevos.
  • Anima a las comunidades parroquiales a crear un fondo común de herramientas del hogar, como taladros, atornilladores… No merece la pena tenerlas en propiedad para el escaso uso que les damos.
  • Proponer la creación en las parroquias espacios Necesito/Ofrezco, para propiciar que los objetos vayan de quien no los necesita, a quien tiene necesidad.
  • Únete a las iniciativas Laudato si’ que lleguen a tu parroquia, movimiento…
  • Apoya a los grupos ecologistas locales, defiende las causas medioambientales de tu barrio y ciudad.

Más de uno, al terminar de leer estas líneas pensará: «Qué fácil es decirlo, pero a ver quién tiene dinero para pagar la fruta, las verduras, comprar ropa más cara…». Sin embargo, si somos capaces de reducir el consumo de productos innecesarios y priorizamos aquellos que nos dan felicidad y bienestar, será un dinero bien gastado para nosotros y el planeta.

Un dicho actual nos recuerda que «los lujos de los padres son las necesidades de los hijos». Por eso, debemos volver a las raíces del cristianismo, a las comunidades que compartían, vivían en la sencillez y tan solo pedían «el pan nuestro de cada día». Trabajemos sin descanso para que el «venga a nosotros Tú Reino» sea pronto una realidad en la Tierra.

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