Cuaresma: tiempo de gracia y de conversión

Cuaresma: tiempo de gracia y de conversión

A mí me gusta. Sí, reconozco que a mí me gusta el desierto. Donde otros ven arena, roca, nada… yo descubro un paisaje interesante en el que también habita la vida. El desierto volcánico de Timanfaya en Lanzarote, o el que recorrió el pueblo de Israel desde Egipto hasta la tierra prometida, o el que se ha convertido en hogar de miles de familias al sur de Lima, en Perú; también el principito del cuento nos propone caminar por el desierto buscando agua, sabedor de que al mismo tiempo que busca, se va construyendo ese pozo.

Sí, es posible que esa esperanza activa, peregrina, sea la propia de la cuaresma, la de todo cristiano que se ve interpelado en estos días a adentrase con Jesús de Nazaret en el desierto para encontrar y hacer un camino de libertad.

El papa Francisco, en su mensaje para la cuaresma que está a punto de empezar nos invita a adentrarnos en el desierto de la vida y a recorrerlo, igual el pueblo de Israel, como un camino de liberación personal y comunitario, para quienes creemos en el Dios de la Vida y Señor de la Historia y, por ende, para toda la humanidad, especialmente para quienes viven desesperanzados y desesperados, para los empobrecidos y marginados de nuestra sociedad, para los descartados por este mundo que adora al dios Mamón. Dios nos ha creado libres y libres quiere que seamos, lejos de la esclavitud del faraón, de la injerencia de los ídolos y del yugo de la injusticia, la violencia, la guerra…

Este camino de liberación no es un camino individual, mucho menos individualista. Se trata, más bien, de hacer camino como pueblo, como Pueblo de Dios, de manera sinodal: a la luz de la Palabra, con la fuerza del Espíritu discernir los signos de los tiempos y responder a las preguntas que Dios hizo antaño a Adán y a Eva y a Caín y que hoy mismo continúa haciéndonos a todos y cada uno de nosotros: ¿Dónde estás?, ¿dónde está tu hermano? Igual que el Dios liberador, hemos de ser capaces de ver y escuchar la realidad, el grito de los hombres y mujeres esclavizadas de hoy en Palestina, Ucrania, Sudán… la economía sumergida y la precariedad laboral, el maltrato y el abuso, la homofobia y la discriminación por raza, sexo o procedencia.

Un camino de liberación por el desierto que, según escribe Francisco, no está exento de peligros y tentaciones, la mayor de ellas la añoranza de la esclavitud de Egipto, de las lentejas, de lo de toda la vida, de la seguridad que acomoda y paraliza. Sí, la Iglesia corre la tentación de añorar tiempos pasados que ni fueron mejores ni van a volver –gracias a Dios–. La tentación de quien busca seguridades dentro de un traje o detrás de un burladero de cruces y cirios, y en realidad se convierte en estatua de sal, dejándose llevar por una ideología y no por el Evangelio, con más facilidad para maldecir que para bendecir. Y junto con la tentación de mirar atrás, la de ídolos como el dinero, la autosuficiencia, el reconocimiento por los demás…

En su mensaje, el santo padre nos invita a detenernos para poder actuar. Detenernos delante de Dios, recogidos en oración, acogiendo su Palabra; detenernos como en la parábola ante el hermano caído. Dos paradas que nos ayudan a vivir el mandamiento del amor en referencia a Dios y al prójimo, como un solo compromiso creyente, descubriendo la presencia de Jesús encarnado en el dolor de los descartados de nuestro tiempo. Practicando la oración, el ayuno y la limosna como un movimiento unitario que brota de la capacidad de detenernos para seguir caminando. No se trata, dice el Papa, de tres prácticas distintas, sino más bien, de una única práctica con tres dimensiones.

El tiempo de Cuaresma es, de esta manera, un tiempo de gracia, de conversión que se ve plasmado en un quehacer apostólico y comunitario que provoca la toma de decisiones capaces de transformar a cada uno de nosotros, a las instituciones, a la sociedad. Pequeños y grandes compromisos que afectan a los estilos de vida y que se verifican en la cotidianidad del pueblo o el barrio en que se vive o la comunidad cristiana a la que se pertenece.

Y todo ello desde la alegría, exhalando la fragancia de la libertad y mostrando el amor que renueva el mundo, las cosas pequeñas y las grandes.

Como escribe el papa Francisco al final de su mensaje cuaresmal, citando lo dicho a los universitarios en Portugal el pasado 3 de agosto, “… busquen y arriesguen, busquen y arriesguen. En este momento histórico los desafíos son enormes, los quejidos dolorosos —estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedacitos—, pero abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto”.

 

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