Coronavirus y soberanía alimentaria

Coronavirus y  soberanía alimentaria
Ahora que tan preocupados estamos por nuestra salud, no está de más reavivar la conciencia de lo vinculada que está a la del planeta.

Que la poca calidad del aire que respiramos provoca enfermedades es más que sabido, pero la crisis global provocada por la COVID-19 pone de manifiesto que aquí también empeoran las cosas. Un estudio de Harvard revela que un incremento de una unidad en la exposición continuada a PM2.5 (partículas finas) significa un aumento del 15% en el índice de mortalidad por COVID-19.

No solo la calidad del aire que respiramos agrava los efectos de la COVID-19; también cómo nos alimentamos. Lucía Muñoz Sueiro explica que el coronavirus desvela tres aspectos de la crisis del sistema alimentario global: los peligros de las cadenas alimentarias industriales; la precaria situación en la que viven los pequeños agricultores y pescadores; y la injusta distribución de alimentos en el mundo.

Los pequeños agricultores y el pequeño comercio son los grandes perdedores de esta crisis, que beneficia a los gigantes de la alimentación y las grandes superficies. Sin embargo, se calcula que entre el 51% y el 77% de los alimentos en el mundo se producen en granjas pequeñas o medianas. El problema es quién tiene el poder. «Tenemos diez personas –denuncia Ángel Calle– que deciden qué sembramos, cómo lo hacemos y qué va a llegar a nuestras mesas y eso es incompatible con el derecho a la alimentación, que queda sustituido por el negocio de la comida». Lo paradójico es que las medidas del Gobierno refuerzan las grandes distribuidoras, denuncian tanto el pequeño campesinado como organizaciones agroecológicas. «Ello responde a una estructura agroindustrial basada en la producción intensiva para la exportación, que conlleva una dependencia del mercado global y que pone en tela de juicio “la seguridad y soberanía alimentaria”», señala Núria Rius en un artículo, titulado precisamente «La pandemia abre la oportunidad de apostar por la alimentación como derecho y no como negocio».

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Están surgiendo numerosas iniciativas vecinales para dar respuesta a diferentes aspectos de la crisis; también en este terreno. Muchas personas ven cómo la respuesta está en apoyar pequeños productores, comercios de barrio, estableciendo relaciones más equilibradas y transparentes. Iniciativas como «pruebe las picotas» promueven el comercio de proximidad, con un mapa que ayuda a localizar las tiendas del barrio.

Anna Correro, de la cooperativa Arran de Terra, expresa su deseo de que «esta tendencia continúe después del confinamiento. Uno de los retos principales es ser capaces de hacer un cambio de escala de la producción y la distribución, potenciando las redes alimentarias locales».

Habrá que hacer caso a Rob Wallace, autor de Big Farms Make Big Flu (Las grandes granjas producen grandes gripes): «El negocio agroalimentario como modo de reproducción social debe acabar para siempre, aunque solo sea por razones de salud pública».

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